No solo quiero narrar lo que pasó, quiero aprender y reflexionar sobre este hecho. Así, antes de comenzar, debo señalar dos cosas: primero, estoy bien, me dolían los brazos y las manos en los primeros días, pero físicamente estoy bien. La segunda es un pedido. Ante una situación de violencia, una de nuestras primeras reacciones es la identificación con la víctima, especialmente si mantenemos un vínculo emocional con ella y, en consecuencia , pasamos a odiar este que practicó la violencia y tal vez queremos que su sufrimiento sea mayor que el sufrimiento que causó. Si seguimos esta lógica, probablemente leería en los comentarios de esta publicación: ¡pobrecito Marcelo, estas personas que te hicieron esto son terribles! Creo que no hay personas buenas o malas, porque nos hacemos en las circunstancias. De esta manera, las personas que en una situación demuestran ser generosas y amables quizás en otro contexto y con otro grupo de personas sean agresivas, groseras y violentas. Esto significa que no podemos dividir la vida en binomios, en este caso en buenos o malos. Somos buenos Y malos, somos una mezcla de todo y, si somos honestos, debemos reconocer que existen en todos y todas muchos mecanismos de violencia. De lo contrario, si mantenemos el binomio, de alguna manera nos volvemos tan violentos como el agresor. Con esto no quiero decir que todos y todas estamos en el mismo nivel de violencia o poner una carga aún más dura sobre las espaldas de las víctimas o que estoy justificando la violencia, lo que busco es tan solo romper el círculo. Dicho esto, vamos a los hechos.
Eran mis primeros días en la sierra ecuatoriana. Lo que había vivido antes fue maravilloso, la gente de la costa no podía ser más generosa y amable de lo que había sido. En la sierra, además del frío, noté que volví a tener contacto con los pueblos originarios y sus tradiciones que admiro y respeto. En términos de seguridad, me sentí más cómodo en este entorno rural. A sugerencia de locales y del GPS, salgo de la carretera por donde caminé durante dos días y entro en un camino de tierra. Tomo fotos con la primera familia que encuentro la cual me da unas papas, arvejas y y agua. Yo sigo adelante. Una camioneta pasa por mí y me mira con recelo, no es de extrañar la reacción, porque sé que un desconocido con un carrito nada convencional por esas zonas genera curiosidad y extrañeza. Al mismo tiempo, me doy cuenta de que los perros avanzan contra mí. No me gusta asustarlos con piedras, por eso, saco de mi mochila unos trocitos de pan y, como por arte de magia, ya somos amigos. Para mi sorpresa, la camioneta de repente se da vuelta, una pareja baja enfurecida. Un señor alzando la voz me dice:
– Está prohibido caminar aquí, ¡este es un camino privado! ¡Está prohibido alimentar a los animales!
Antes de que pueda justificar mi acción, la señora agarra mi mochila con violencia para ver lo que llevo y dice a los que se acercan: – Estaba alimentando a los perros, llamen al comité comunitario.
Mi primera reacción fue también alzar la voz diciendo que ella no tenía derecho a abrir mi mochila. Visto que yo resistía, la señora que ahora está completamente molesta me ataca con golpes. Insiste en que se convoque a los representantes de la comunidad y que se aplique la justicia indígena. Una de las posibles sanciones para las personas que son atrapadas cometiendo un delito es quitar la ropa del acusado, pasar ortiga por su cuerpo y someterlo a un baño helado y eventualmente ser azotado. Si lo atrapan robando, la pena es la muerte en un incendio de neumáticos.
Sin darme cuenta del peligro de la situación en la que estaba involucrado, manoteo a la mujer que me estaba pegando para que se detenga y se dé cuenta de lo que está haciendo. Su esposo avanza contra mí y dice que me mata si repito ese gesto. La mujer encolerizada va al carrito para ver lo que llevo.
– No estoy haciendo nada contra ustedes. Pueden quitar todo del carrito, pero grabaré lo que está haciendo y se lo mostraré a las autoridades.
La mujer aún más furiosa se apresura contra mí e intenta romper mi celular. Con todas mis fuerzas trato de detenerla. Ella entonces busca una leña para pegarme. Frente a la brutalidad de esta escena, me agacho y digo:
Yo no voy a reaccionar, soy una persona de paz, si me quieren pegar, que lo hagan, pero quiero que se den cuenta de lo violentos e injustos que están siendo.
Este gesto hizo con que el señor calmase a su esposa. Yo estaba asustado y temblando, pero aún así pude explicar quién era y que estaba haciendo. Al verificar mis buenas intenciones a través de las notas sobre la caminata que mostré en mi celular, todos se disculparon y me explicaron que tuvieron esa reacción porque la comunidad ya había sido robada varias veces. Dijeron que pensaban que era un ladrón que estaba dando pan envenenado a los perros con el propósito de volver más tarde.
Supongo que lo más fácil sería juzgar a estas personas, pero creo que una vez más, sin justificar la violencia, podemos analizarnos juntos y buscar alternativas para superar la violencia.
Las personas que me agredieron estaban convencidas de que era un ladrón y nunca se les ocurrió que era un turista o una persona que caminaba con un buen propósito. Me hace pensar que a menudo tenemos una reacción colonialista ante lo desconocido. Si el desconocido es blanco, con rasgos europeos y bien vestido no es una amenaza y tal vez viene con el poder de resolver nuestros problemas. Si el desconocido es pobre, latino, moreno y con rasgos indígenas o negros, representa una amenaza y un peligro que debe ser atacado. Es importante recordar que estas personas que me atacaron sufren este tipo de estereotipo. Para las personas blancas y mestizas de las costas de Perú y Ecuador, las personas de piel oscura y predominantemente indígenas de la sierra son vistas como inferiores y son objeto de burlas y muchas otras violencias. Además, los modelos de belleza, desarrollo cultural y social que aparecen en la televisión nunca son ellos. Me sorprendió ver en programas de televisión en Perú cuánto la gente que vi en televisión no representaba nada en absoluto a las personas que conocí en las calles. Aún que intenten afirmarse a través de sus tradiciones y enorgullecerse de sus raíces, creo que es casi inevitable que toda esta violencia que sufren no se internalice y se convierta en un complejo de inferioridad. Cuando me golpearon, en realidad se estaban golpeando a sí mismos. Yo era un espejo de ellos. Golpearon el odio a sí mismo infundido por el sistema. Con mi color de piel, con mis rasgos latinos, no podría ser un turista. No debería estar allí. Un turista es blanco y rico. Soy oscuro y pobre como ellos. Y los oscuros y los pobres supuestamente son ladrones y deben ser golpeados. Eso es lo que estamos escuchando y viviendo durante siglos en nuestro continente.
¿Podría haber reaccionado de otra manera? ¿Es posible y deseable mantener la calma en una situación similar? ¿Cómo no reaccionar impulsivamente? ¿Cuándo y en qué situaciones me veo violento o violenta ? ¿Cómo podemos liberarnos de los sentimientos internalizados de inferioridad y cómo no proyectarlos en mis compañeros y compañeras? ¿Cómo no convertir mis heridas en un arma?